sábado, 25 de junio de 2011

Desgarros


Una pareja de ancianos ha hecho su hogar en la plaza, tan sólo con su colchoncito y su amor mutuo. Sólo con eso hacen frente día a día a la condena que deben pagar por el crimen de haber quedado fuera del sistema.
Desde su húmedo rincón, tan cerca de la pasarela de la frivolidad, pero, a la vez, tan lejos, observaban el espectáculo del consumo. Relojes y pulseras, vestidos y remeras, tantas cosas con las que camuflar la vida, tantas cosas, que al fin, de tan bien camuflada la vida termina extraviada.
Extraviada como ellos, fuera de los engranajes, sintiendo como se posan, cautelosamente y con cierto desdén, las miradas de quienes transitan para luego perderlas nuevamente en vidrieras, como tratando de borrar un mal recuerdo.
A pesar de que pretendamos ignorarlo están ahí, y ahí seguirán. Las vidrieras nos pueden haber ido encerrando y, al ser espejadas, lograr que no veamos bien lo que hay fuera. Pero ellos están.
Algún niño, todavía envuelto en la maravillosa inocencia, tal vez pregunte a su madre al pasar:
¿Por qué esos abuelitos duermen ahí? ¿Por qué no van a su casa?
La madre probablemente de una respuesta evasiva y le muestre algún juguete al niño para desviar su atención. Claro, es que los chicos no deben a su edad ver las injusticias del mundo para manchar su infancia. Pero resulta que son ellos los únicos que notan estas cosas, el resto sólo pasa y mira hacia otro lado.
Cómo notar que dos personas, que por esos milagros de la vida se aman a pesar de las circunstancias, no tienen hogar. Cómo ponerse en la piel de estos dos ancianos, que juntos se enfrentan a las duras noches de invierno, a las condenadas lluvias que mojan su maltrecho colchón, a la indiferencia de una sociedad egoísta y perversa. Es fácil desde la comodidad del hogar hablar de igualdad, de solidaridad.
Frente al promocionado sueño de lo posible se encuentran dos personas que demuestran su falsedad pero que, a pesar de tanto desgarro, se hacen compañía y enfrentan este devenir tempestuoso codo a codo.

1 comentario:

  1. Muy lindo relato, sobre todo por lo cotidiano. ¿O esta experiencia le resulta ajena a alguien?. Sin embargo lo cotidiano no tapa un trasfondo trágico: esta historia no tiene lugar ni tiempo. Se repite una y otra vez en países y épocas distintos. Mas que una historia parece una plantilla de la injusticia presente en todas las civilizaciones. No sé, tal vez los hombres , a lo largo de la historia de la humanidad, pasamos demasiado fácilmente de niños curiosos a padres negadores o indiferentes.

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